El complejo del Sahara
¿Qué ha pasado para que el Gobierno socialista haga suyo el argumento franquista de que la administración de la zona saharaui corresponde a Rabat?

Los recientes sucesos ocurridos en un campo de refugiados saharauis situado a las afueras de El Aaiún han provocado una tormenta mediática así como una fuerte crítica ciudadana contra el comportamiento seguido por el Gobierno. La violencia desatada por las autoridades marroquíes ha carecido de justificación alguna. Los argumentos esgrimidos han resultado insultantes. El silencio primero y la negativa a condenar esos hechos después ha escandalizado a la opinión pública nacional que no puede entender cómo una democracia se pliega ante una dictadura en una cuestión relativa a la defensa de los derechos humanos, cuando la razón de fondo, el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui, está reconocido por Naciones Unidas ¿Qué ha pasado para que el Partido Socialista, autoproclamado quintaesencia del progresismo y el multilateralismo, haga suyo el argumento franquista de que la administración del Sahara corresponde a Marruecos y dé la espalda a la doctrina de Naciones Unidas sobre nuestra responsabilidad en ese territorio y sobre los derechos del pueblo saharaui? Este debate ha puesto de nuevo sobre el tapete el siempre delicado asunto de nuestras relaciones con Marruecos, así como los argumentos que a favor y en contra se vienen manejando desde hace décadas.
Un vecino incómodo
La política exterior no es cuestión de gustos sino de realidades e intereses. Marruecos, como Portugal o Francia, es nuestro vecino y tenemos que llegar al mejor nivel de entendimiento posible para mutuo beneficio. A diferencia de lo que ocurre con los otros dos estados, con Marruecos nos encontramos con problemas objetivos que no ayudan a establecer ese necesario entendimiento. Tres son evidentes.
1 Marruecos reclama como territorios de soberanía Ceuta, Melilla y el resto de enclaves españoles en el Norte de África, con la sola excepción de las Islas Canarias. La continuidad territorial y una supuesta historia común están en la base de su argumentación. La presencia española es antigua y bien documentada, pero el creciente peso de la población musulmana en estas ciudades despierta dudas sobre su comportamiento en el futuro, a pesar de su nacionalidad española, de su fidelidad demostrada en muchas ocasiones y del evidente interés en seguir disfrutando de las ventajas de un «estado de bienestar» en el marco de la Unión Europea.
2.El que los Acuerdos de Madrid fueran a todas luces ilegales no impide que Marruecos nos exija no sólo reconocer su derecho a administrar el Sahara sino también su soberanía sobre este territorio y población.
3 El Estrecho de Gibraltar no sólo separa países, también culturas y sociedades. El diferencial de renta entre ambas orillas es de los más altos del mundo, lo que lleva a una continua corriente migratoria en dirección hacia Europa, con todos los problemas que ello implica.
Estabilidad regional
Junto a estos problemas nos encontramos intereses comunes que deberían ayudar a fortalecer la colaboración. Españoles y marroquíes estamos estratégicamente interesados en garantizar la estabilidad regional, lo que implica favorecer el desarrollo socio-económico y combatir el islamismo. Sin embargo, a menudo parece que los vecinos europeos, entre ellos España, están más interesados que las autoridades marroquíes en el fomento de su economía y en la modernización social.
No nos resulta fácil entender por qué la Monarquía ampara tanta corrupción e incompetencia administrativa, ni cómo es posible tanta confusión entre lo público y lo privado. Aún así es verdad que, en comparación con otros estados árabes, Marruecos es el que más ha avanzado hacia un marco institucional solvente, en la representación de la sociedad, en el imperio de la ley y en la libertad de prensa. La denuncia de la arbitrariedad no puede cegarnos hasta el punto de negar los importantes avances logrados en el camino hacia la democracia. El problema es que lo positivo y lo negativo se entrelazan en el Majzén, el entorno del Rey, tal y como ocurría en las monarquías predemocráticas europeas de los siglos XVIII y XIX. La sociedad marroquí puede no estar preparada para vivir en un régimen democrático, pero es sensible al escándalo de la corrupción y de la incompetencia y eso provoca alarma en Europa por sus efectos en el crecimiento del islamismo.
Campo de cultivo
España está preocupada por la estabilidad de Marruecos y es nuestro interés nacional garantizarla. Nuestro bienestar depende de que ese país se trasforme en una sociedad desarrollada, con un alto nivel de educación y una economía capaz de absorber la demanda de trabajo de las nuevas generaciones, con unos servicios sociales suficientes… porque sólo entonces se convertirá en el vehículo apropiado para que la sociedad marroquí afronte un futuro inevitablemente global y competitivo. De no conseguirlo acabará siendo campo de cultivo del radicalismo fundamentalista, generador de odio e incomprensión entre culturas, exportador de mano de obra desesperada y desarraigada.
Los españoles estamos dispuestos a comprometernos, junto con otros estados europeos y con Estados Unidos, en una estrategia a largo plazo para modernizar Marruecos. No creo que sobre este tema haya diferencias entre populares y socialistas. En teoría este compromiso debería establecer un marco de diálogo entre ambos gobiernos que facilitara la resolución o gestión de otros problemas, como son el futuro de Ceuta y Melilla, la cuestión del Sahara, la emigración ilegal, el tráfico de drogas y el islamismo. Sin embargo, este marco no ha acabado de funcionar y buena parte de la culpa nos corresponde.
Chantaje desde el desierto
Una estrategia a largo plazo requiere de políticas sólidas y de gobiernos firmes, dos circunstancias que no se dan en la España de hoy. El Majzén sabe de nuestra debilidad y prefiere maniobrar en el corto plazo, porque nuestro apoyo para asegurar el desarrollo económico y social ya lo tiene. Mohamed VI es consciente de que nuestro presidente de Gobierno es un cadáver político y que lo que le reste en La Moncloa va a resultar agónico. Además es muy consciente del miedo cerval que nuestros socialistas tienen a un ataque terrorista semejante al ocurrido el 11-M. No me refiero al hecho en sí del atentado, sino a sus consecuencias políticas. Ellos negaron la existencia de una amenaza terrorista de carácter islamista y se mofaron del trabajo policial con aquel «Comando Dixán» del que hicieron uso y abuso. Cuando la amenaza se convirtió en realidad echaron la culpa a José María Aznar, por su actuación durante la crisis de Iraq. España no era el objetivo, fue la actuación gubernamental la que forzó un cambio de miras. Si algo ocurriera ahora tendrían difícil explicar a sus votantes que mintieron cuando ridiculizaban al «Comando Dixán», como mintieron y utilizaron un acto terrorista para hacer oposición y dar la vuelta a unas elecciones que iban a perder.
Las «estrategias de pacificación» son una garantía de fracaso. Ceder ante el chantaje no satisface demandas sino que alienta nuevas exigencias. Marruecos nos presiona porque sabe que cedemos, porque es consciente de la debilidad parlamentaria y política de nuestro Gobierno. Una situación paradójica porque allí donde Marruecos es vulnerable —no pasó toda la información oportuna antes del 11-M— es donde se ha hecho fuerte, gestionando un tráfico de datos del que nuestro Gobierno se ha hecho drogodependiente.
España necesita recuperar su dignidad y restablecer las relaciones con Marruecos basadas en el mutuo respeto. La colaboración en materia antiterrorista no puede condicionar el resto de temas de la agenda bilateral ni nos puede abocar a una tensión permanente con Argelia. Para nosotros tan importante es un país como el otro y, junto con Estados Unidos y Francia, debemos trabajar para que las relaciones entre los dos grandes estados del Magreb mejoren. De nada nos valdría la estabilización de Marruecos sin la de Argelia y tan amenazada está la una como la otra.
Firmeza
Necesitamos un gobierno fuerte. Marruecos es un estado regido por una elite inteligente y capaz, que jugará sus bazas de una manera u otra en función de la situación internacional. De la misma forma que aprovechan nuestra debilidad cuando pueden, respetan nuestra posición cuando deben. Nosotros les necesitamos como ellos nos necesitan. El «buenismo» tontorrón y cobarde, la dejación de principios y valores, el encubrimiento de atrocidades policiales, el brindarse a censurar el trabajo de nuestros medios de comunicación en beneficio de una dictadura es la vía hacia el fracaso. La colaboración con Marruecos debe fundamentarse en una defensa clara de nuestros intereses. La firmeza no sólo no es un impedimento para llegar a un buen entendimiento, es la condición sin la cual Marruecos no nos tomará en serio.¿Por qué negociar si es posible extorsionar?
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